Hago mis pequeños paisajes subacuáticos y miro las composiciones de las formas y los distintos tonos de verde. Algún pez se asoma con gracia. Y mi mundo afectivo se vuelca en el agua, adentro de mis acuarios. Paisajes infinitos, poéticos que pocos comprenden.
Mi soledad entra al agua y se disuelve al mirar la vida.
Hoy precisamente, después de tantísimos años pienso que mi adorado padre, hubiera compartido conmigo esos paisajes líquidos -pequeños y magníficos-, como cuando yo era niña e íbamos al jardín para ver qué nueva planta había florecido. Tal vez su espíritu guíe mi mano al plantar un musgo o un helecho acuático. En esos momentos, su ternura y su sonrisa me habitan. Estás conmigo, ¿verdad?