No fue fácil vivir una infancia solitaria con una hermana y un hermano que más que eso, parecían tíos mayores. Y no es que fueran serios, es que cuando yo era niña, ellos ya eran adultos; además, sus mundos y el mío, aparentemente no tenían un puente que los uniera.
Además de las tareas escolares, necesitaba llenar mis tardes con algo más, que por razones diversas no pudo ser el juego. Entonces, uno a uno, llegaron a mí los cuentos de hadas, todos de manos de mi padre. Pero no eran eso nada más. La peculiaridad era que los seres maravillosos encerrados en sus páginas eran chinos, rusos, ingleses, turcos, alemanes, escandinavos, japoneses, entre otros. Cada libro estaba dedicado a una cultura distinta. Eran de una editorial española, no sé cual. Las ilustraciones a color de la portada eran provocadoras y distintas a todo lo conocido hasta entonces; parecía que en cualquier instante cobrarían vida, y se saldrían del cartón brillante que protegía el libro.
Me asomé a la diversidad de relatos de ese universo mágico, cada uno con sus respectivos duendes, fantasmas, hadas, ogros y dragones. Y claro, ¡brujas!: así supe que Baba Yaga, la hechicera rusa, habitaba en una casa que descansaba sobre una enorme pata de gallina que le servía de soporte, y que giraba en todas las direcciones.
Los fantasmas también tuvieron un lugar importante para mí, tal fue el caso de los trasgos de Japón cuya característica era no tener pies, y dar grandes y rápidos saltos, y en cada uno de ellos, cambiar su cara por completo y cada vezhacerla más terrible que la anterior. Unas veces tenían el rostro de alguien conocido, otras las de un ser cadavérico, ensangrentado o animalesco; en fin, tantas caras como al fantasma se le antojara.
Esos seres incorpóreos despertaban en mí un arrobamiento que nada tenía que ver con el miedo. En ese entonces, antes de dormirme, en mis ensoñaciones nocturnas imaginaba las diversas formas que tomaban; y si quisiera, aún podría seguir imaginándolos, extraños, misteriosos y evasivos.
La bruja, los fantasmas y otros seres, me acompañaron en mi niñez. Me preguntaba si de verdad existirían y fervientemente lo deseaba. Cada vez que abría los libros vivían para mí; y al cerrarlos, también seguían vivos.
A la fecha, tengo amigos verdaderos de carne y hueso, como yo. Pero a veces requiero de otras presencias: las de los seres etéreos. Busco la oscuridad y cierro los ojos. Entonces aquellos viejos amigos, los fantásticos seres, los hermosamente temibles aparecen. Hoy quiero recordarlos con su aroma de bosque, con la misma intensidad que los imaginé cuando era niña, para que me acompañen hoy, en esta soledad tan conocida y a la vez tan sosegada.
Yolanda Sassoon - 2005
Gracias, me has hecho evocar mis propios monstruos y demonios de la infancia de una manera muy grata.
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